Había sido mucho más fácil de lo esperado. El cuerpo yacía sobre el suelo, inmóvil. Andrey sabía que sólo estaba inconsciente, debía llevar cuidado pues podría volver en sí. Una simple ojeada bastaba para ver que podía ser un formidable adversario, no lo podía pillar desprevenido. Hasta la enorme ancla tatuada en el bíceps parecía incidir en lo mismo. Ese pensamiento le hizo mirar al suelo, donde el contenido de una bandeja con el desayuno estaba desparramado por media habitación. La chica de la limpieza se llevaría un buen disgusto, pero él no pensaba esperarla.
Había que tomar precauciones de forma inmediata, era una de las cosas que primero le habían enseñado. Arrastró el cuerpo hasta el borde la cama y lo tumbó sobre ella no sin un considerable esfuerzo. Calculó sobre unos 90 kilos de fibra, mejor que siguiera durmiendo. Le quitó el cinturón y lo usó para atarle los pies.
Miró a su alrededor. “El teléfono valdrá” se dijo. Desconectó el cable de su clavija y tiró con fuerza. Usando su navaja cortó cerca de dos metros, sería suficiente. Voltearlo sobre la cama fue mucho más sencillo. Puso ambas manos detrás de la espalda y usó el cable del teléfono para atarlas con firmeza.
Ya solo quedaba averiguar cuánto sabía y si debía eliminarlo. Si el grandullón cooperaba podía ser fácil, si se resistía iba a ser un poco sanguinolento. Pensó de nuevo en la camarera, quitar una mezcla de sangre y café sería complicado.
Entonces Andrey recordó que al entrar en el hotel lo había visto arrastrar un equipaje de mano, una pequeña maleta azul cobalto. Se giró y abrió el armario. Allí estaba.
La puso a los pies de la cama y con su navaja forzó el cierre.
Un pesado abrigo de Armani ocupaba buena parte de la maleta y sobre él descansaba un libro de arte, renacentista. Desde luego cuidaba muy bien su tapadera, era un buen profesional. Le echó un nuevo vistazo, ya no manaba sangre de la nariz pero la camisa estaba para la tintorería.
Volviendo a la maleta retiró el abrigo y su vista se posó rápidamente sobre una Beretta 92 FS. “¡Vaya!” se dijo agarrando el arma. Pesaba poco, demasiado poco. Extrajo el cargador, ¡estaba vacío! Eso era raro, “¿para qué llevas una pistola sin balas?” preguntó al de la cama sin esperar respuesta. Revolvió lo poco que quedaba en la maleta. Nada, no había ni caja de balas ni otro cargador. Ropa interior, una camisa bien planchada que sin duda el durmiente necesitaría más tarde, y un pen drive que rápidamente guardó en el bolsillo del pantalón. Abrió el bolsillo lateral. Extrajo una caja de ibuprofeno, otra de pastillas de mentol y…
Andrey entrecerró los ojos. “¿Para qué demonios querrá este tío una caja de Rohypnol?” se preguntó. Sonaba muy raro que un espía industrial usara estas pastillas, son prescritas para problemas graves de insomnio o similar. No, probablemente las usaba para otro fin, como droga de la violación. Así es como muchas veces se llama al Flunitrazepam. ¿Sería así como conseguía la información, drogando a sus víctimas?
Una idea atravesó su mente. ¿Por qué no usar el Rohypnol contra el propio agente? Se fue hacia el mini bar y extrajo un botellín de vodka. Cogiendo un vaso del escritorio lo llenó de licor. Sacó un par de pastillas y con ayuda de una cucharilla las troceó y disolvió. Ahora sólo debía hacer que el “cachas” se tragara la mezcla. Por la nariz haría un efecto más rápido por lo que inclinó su cabeza fuera de la cama y con ayuda de una servilleta empapada en el temible cóctel dejó resbalar gotas hacia el interior de la nariz.
Tras un rato dedujo que debía ser más que suficiente y sentó al agente en la cama. Comenzó a darle tortazos hasta que abrió los ojos. Realmente no estaba despierto, tan solo era el subconsciente quien estaba frente a Andrey. Ahora le diría lo que quería saber. Sólo era cuestión de atinar con las preguntas adecuadas y llegar al fondo de su mente.
El furibundo sol entraba por la ventana. Andrey abrió pesadamente los párpados y estos volvieron a caer. Bostezó intentando despejarse. Una extraña sensación le invadía, como cuando despiertas tras un mal sueño. Con una mano se frotó la cara, cubierta por una espesa baba de un penetrante olor a alcohol. Seguramente se había pasado con el vodka la noche anterior, pero no lo recordaba.
Con un gran esfuerzo se sentó en la cama y miró al espejo del armario. Este le devolvió la imagen de una horrible cara, un fortachón en calzoncillos, con un ancla como la de Popeye en el brazo derecho. Sentía como si hubiera estado un año durmiendo. Intentó recordar. Recordaba un camarero que le había traído el desayuno y… ¡nada más! ¿Se había dormido después de desayunar? No, eso no tenía sentido. Acercó la muñeca para ver la hora, pero en vez de un reloj lo que vio fueron una extrañas marcas. De pronto, un chispazo recorrió su mente y se miró la otra muñeca. La misma marca. Miró los pies, a los tobillos. Igual. El pánico se apoderó de Andrey.
A duras penas se arrastró hasta el final de la cama. El suelo estaba lleno de restos de comida. ¡Y la maleta abierta! Se lazó sobre ella buscando el pen drive y su pistola. No encontró ninguno de los dos. Tan solo una caja en cuyo borde ponía “Flunitrazepam”, Laboratorios Roche. Él no recordaba tomar eso. Realmente, no recordaba nada.
Buscó el mando de la tele y la encendió. Miró la hora que aparecía en ella y al ver la fecha palideció. ¡Había estado durmiendo más de un día! Sin el pen drive y un día tarde, eso sólo podía significar una cosa. Andrey no recordaba, pero empezaba a entender lo que había pasado. Comenzó a llorar.