El chaval empujó el pedal con fuerza y la bici saltó al asfalto justo tras un choche que pasaba veloz. A pesar de que el semáforo de peatones aún no estaba en verde atravesó la calle sin importarle el tráfico.
El coche que circulaba por el carril central llegaba rápido. Su joven conductor lo había visto y sabía que el chico no se iba a lanzar bajo el coche por lo que apenas si aminoró la marcha. Con un movimiento calculado el chaval movió la bici para pasar tras el segundo coche, ya sólo quedaba un carril para llegar a la mediana.
El anciano que conducía por el carril exterior vio de repente que un joven montado en una bicicleta se le echaba encima, se asustó e instintivamente pisó el freno. El coche se detuvo bruscamente como si el semáforo de repente se hubiera puesto en rojo.
Desde el coche la pareja de ancianos miraba incrédulos al chico que les había hecho detenerse bruscamente. Estaba con la bicicleta atravesada en la mediana y ni tan siquiera se había girado a pedir perdón. Como si la cosa no fuera con él.
El anciano miró entonces a su mujer, preocupado le cogió la temblorosa mano, se había llevado un buen susto.
Tras unos instantes el coche de detrás pitó y el anciano repuso la marcha.
A sus 15 años se consideraba un as de las dos ruedas y no iba a esperar al puñetero semáforo si sabía que podía pasar. Eso era para los cobardes que se agolpaban en el borde del paso de peatones.
Seguro de sí mismo, pasó por detrás de dos coches y viendo que el viejo frenaba siguió tranquilamente por delante. La sensación de hacer que el tráfico se detuviera le hizo sonreír levemente.
Llegar a la mediana había sido tan fácil como de costumbre. Esperó unos segundos y se lanzó a cruzar los otros tres carriles.
De repente una bicicleta posó tras el coche que tenía delante y me asusté. No sabía de dónde había salido pero se me echaba encima.
Era un crío, parecía un loco, no sabía si me había visto. Tuve que pisar el freno fuerte y me agarré al volante.
Mi pobre Juana pegó un respingo y gritó. Pobre.
¡Qué falta de educación de la juventud!
Pasó por delante sin siquiera mirarnos. Vamos, una disculpa, era lo mínimo.
Desde luego en mis tiempos los jóvenes no éramos así, tan maleducados.
Cogí la mano de mi pobre Juana, tu madre aún temblaba. ¡Qué susto nos dio!
Y luego, otro maleducado, el que venía detrás me pitó e hizo gestos, tuve que seguir. La gente ha cambiado mucho, hija mía.
“Mira, mira” le dije a tu madre.
Un chaval se lanzó a la calzada justo cuando pasaban coches. No sé cómo no ocurren más desgracias. Has de saber que si te veo hacer algo parecido con tu bici te dejo castigado un mes.
Esquivó un par de coches y al final unos pobres viejos casi se lo comen.
Vaya susto les dio, aún recuerdo sus caras de angustia.
Y sabes una cosa, hijo, el chaval ni siquiera se disculpó. Paró en la mediana, dejó que pasaran otros coches y cruzó la otra calzada.
Anda que sí.
Mira, la educación es lo primero, siempre. No podemos hacer todo lo que nos venga en gana. El chaval de esta mañana se podía haber hecho daño, pero seguro que otro día el susto se lo va a llevar él y se hará mucho daño.
Entiendes lo que te digo ¿verdad?
Aunque también te digo que el susto se lo llevó de todas formas, espero que los padres del chico se enteren de las cosas que hace su hijo.
–¿Lo has visto? –Dijo el policía local desde el asiento del copiloto.
–Sí
–Cuando pase por aquí le vamos a dar un buen susto, como el que se han debido llevar los del último coche.
–¡Son dos abueletes!
–Sí, el chavalín de la bicicleta se va a enterar