Ya que ha venido hasta aquí le voy a dar una exclusiva. También maté al Senador Wiggins. Y lo pude hacer porque yo conocía el futuro.
Si le parece, en vez de hacerme preguntas, como suelen hacer ustedes los periodistas, le voy a contar como sucedió. Le advierto que se lo contaré con detalle, pero no podrá hacerme ninguna pregunta.
Como recordará, el Senador murió en la convención en la que él anunciaba su presentación para la reelección. Las convenciones son soporíferas, por lo que para entretenerme decidí jugar a adivinar el futuro.
Me sentaron en una mesa a dos de distancia del Senador. Tan sólo tuve que esperar que el pardillo se sentara a mi lado.
Tal como Martin se hubo sentado, el que está en la cárcel por el asesinato del Senador, entablé rápidamente conversación para que se centrara en el objetivo. Así, le propuse un juego. Le dije que yo era capaz de adivinar el futuro. Evidentemente, él no me creyó.
Mientras nos tomamos la cerveza de bienvenida le fui picando, diciéndole que no tenía nada que perder por comprobarlo. Después de insistirle le dije que para demostrarlo le proponía un juego. Su curiosidad y vanidad le envió a prisión. Así, le pasé en secreto un papel por debajo del mantel y le indiqué que sólo podía leer la primera frase que aparecía en el mismo. En ella aparecía algo que iba a pasar y algo que él debía hacer si eso pasaba. Para convencerlo del todo le dije que si yo me equivocaba una sola vez le pagaría sus copas durante toda la noche. Le indiqué que si mi premonición era correcta él debía desdoblar el papel para leer la siguiente frase. Lo de las copas gratis fue la puntilla, aceptó sin dudarlo.
En la primera línea ponía “El Senador Wiggins se sentará más cerca de nosotros. Tú lo saludarás y le estrecharás su mano”.
Al poco tiempo llegaron los homenajeados y nos pusimos todos en pie, aplaudiéndoles. Se acercaron a la mesa presidencial justo cuando un camarero tropezó con un doblez del mantel y sacudió toda la mesa. Cayeron algunas copas y los platos de los entrantes derramaron canapés por doquier. En medio de la confusión, el organizador decidió cambiar los anfitriones de mesa situándolos en la que estaba justo a nuestro lado y realojar a los que en ella estaban, indicándoles entre disculpas que se pasaran a otra vacía en el fondo del salón.
Recuerdo que Martin me dijo que había sido casualidad y le convidé a que cumpliera su parte del trato. Él se acercó al Senador y le estrechó cortésmente la mano.
Cuando volvió a sentarse a mi lado le dije que desdoblara el papel para leer la siguiente frase.
“El Senador sacará su móvil de la chaqueta y tras consultarlo se levantará y mirará a su alrededor. Te acercarás y le dirás que su hija está bien y viene de camino”
A los pocos minutos el Senador se giró en todas direcciones con su móvil en la mano, buscando algo. Tras mirarme sorprendido Martin me dijo que él no pensaba decirle nada de la hija, a lo que yo le reprendí y dije que aunque fuera un juego las promesas debían cumplirse. Le dije que era un cobarde y un estúpido. Eso, y probablemente la pequeña cantidad de speed que introduje en su cerveza, hicieron su efecto.
Se levantó a hablar con el Senador. Al volver me dijo que él le había dado las gracias sin preguntarle nada. Un extraño le hablaba de su hija y ni si quiera preguntaba de qué la conocía. Eso descolocó a Martin que, más por intriga que por confianza, empezó a tomarse el juego en serio. Definitivamente, había caído en la trampa.
“Un camarero te va a traer un bolígrafo. Escribirás tu nombre en el remite del sobre que tienes en tu chaqueta y se lo entregarás al camarero” leyó al desdoblar un poco más la hoja.
Martin hurgó en su chaqueta y abriendo ostensiblemente la boca extrajo un pequeño sobre. Casi de forma simultánea, un camarero le trajo un bolígrafo. El sobre estaba encabezado a modo de dirección con un texto: “Abrir antes del brindis”. Martin, cogió el bolígrafo, puso su nombre en la parte de atrás del sobre y se lo dio al camarero que se retiró.
Nervioso vi como desdoblaba rápidamente de nuevo la hoja: “El Senador vendrá a brindar contigo. Le cambiarás tu copa por la suya que está rota”
No quise hablar más del juego con el incauto hasta que terminamos el postre. Fue entonces cuando el Senador se acercó a nuestra mesa con el pequeño sobre en una mano y la copa de champan en la otra. El Senador le dijo a Martin agitando el sobre que la donación era muy generosa y que estaba muy agradecido por su colaboración en la campaña. Al ofrecerle chocar las copas Martin observó que estaba desportillada y rápidamente se la cambió, diciéndole que él no había bebido.
Cuando el Senador volvió de nuevo a su mesa Martin me hizo preguntas que yo no quise responder, principalmente sobre el contenido del sobre. Yo le insistí en que debía proseguir con el juego.
Así, desdobló una vez más el papel y leyó: “El Senador se desmayará durante el discurso. Le pedirás al camarero que te indique dónde están los servicios, te lavarás las manos y volverás aquí.”
Martin me preguntó que como podía saber eso a lo que yo le respondí que desde el principio le había dicho que conocía el futuro.
Al poco llegó la hora de los discursos y el organizador del acto, tras una breve introducción, dejó libre el estrado para el Senador Wiggins. Tras unos cinco minutos de alocución, sin previo aviso, el Senador se desplomó.
Cuando el incauto volvió de los aseos yo ya me había ido por lo que no pude ver su cara al leer la última frase escrita en la hoja, que decía “El Senador ha muerto. Entrégate a la policía”.
Le he contado todo esto porque no hay forma de demostrarlo y porque usted ha alegrado mi triste existencia. Si quiere me cree. Si no quiere, pues no lo haga. Publique lo que le plazca. En cualquier caso, como conozco el futuro, le digo que Martin seguirá en la cárcel por un delito que no ha cometido y que yo, muy pronto, dejaré de estar entre rejas.