El tren

Miró su viejo reloj. Apenas habían pasado cinco minutos desde la última vez que lo había consultado. Dio un par de golpes sobre la esfera, pero las agujas permanecieron en el mismo sitio.

Volvió su rostro, frío como la noche, hacia las vías que se perdían entre la niebla. Las cosas no cambiarían, pero necesitaba coger ese tren, ese tren que no llegaba.

Intentó escuchar algún sonido, pronto aparecería entre la bruma el expreso de las seis menos cuarto. Tan solo el lastimero llanto de un ave nocturna, supuso que un mochuelo, del color de la niebla. Allí, unas cuantas farolas cubrían un tramo de las vías, hacia el sur, más allá de la estación, adentrándose en la profunda noche. Luego, la nada. Por allí debía aparecer su tren, ese tren que no llegaba.

Daba igual. Podía haber comprado un billete hacia cualquier sitio, ni miró hacia dónde se dirigía. Tampoco había alguien para venderle su viaje a ninguna parte, la sucia máquina solo le dio una alternativa. Aunque… daba igual.

Miró a su alrededor. Nadie. Se iba tal como había llegado, hacía apenas dos años, cuando todo cambió por amor, cuando por fin su suerte parecía cambiar. Pero nada había cambiado. Sabía que ella no le iba a despedir. Ni ella ni nadie. Nadie más iba a coger ese tren, ese maldito tren que no llegaba.

Miró de nuevo su reloj. Tan sólo cinco minutos más desde la última vez que lo había consultado. Dio otro par de golpes sobre la esfera, pero las agujas siguieron en el mismo sitio.

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